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Hablemos del remake de Final Fantasy

La primera vez que jugué a Final Fantasy VII fue con la demo japonesa que incluía el poco recordado Tobal N1, un juego de lucha y mazmorras para la primera PlayStation que tenía un endiablado nivel de dificultad, pero que al mismo tiempo se puede ver como precursor de los juegos tipo Dark Souls (salvando las distancias). La presencia de la demo nos dejó a todos los aficionados de la época con la boca abierta.

Eran tiempos de reuniones en tiendas de videojuegos en las que se importaban juegos procedentes de Japón y que haciendo trucos de magia con la consola PAL te permitían jugarlos. Por ejemplo, el truco del palillo, que tenías que poner en uno de los huecos internos de la consola para que la tapa se mantuviera abierta mientras el disco giraba y cuando se estaba cargando un juego PAL cambiar el disco europeo por uno japonés, engañando a la protección de región de la consola. Tiempos distintos y llenos de nostalgia.

La demo de Final Fantasy VII la repetíamos a diario de una forma loca. Era una pura obra de arte, con una banda sonora inolvidable y un gameplay que en aquella época nos alucinaba. Por supuesto, la versión japonesa del juego también se convirtió en un éxito entre los jugadores españoles avanzados de la época que no necesitaban leer japonés para disfrutarlo.

Se hacía lo que fuera por jugarlo y si eso implicaba jugarlo en japonés, bienvenido fuera el nipón en nuestras vidas. Después de acabarlo en japonés llegó la versión en inglés y la edición PAL, repitiendo el juego una y otra vez hasta que nos conocíamos cada aspecto del mismo al milímetro.

El remake de Final Fantasy nos hace sentir jóvenes de nuevo

Con la llegada del remake algo nos hacía sentir como si estuviéramos de nuevo en 1997 (o en 1996 si hablamos de la demo del juego que se incorporó con Tobal). En aquella época yo mismo tenía 16 años, una edad clave en la vida para que te impactara el juego de una forma enorme. Eran tiempos de rebeldía, de noches enteras jugando, de los inicios de Internet, de sesiones de chat en IRC o de intentos de convencer a usuarias para que pulsaran ALT+F4 para ver en pantalla la foto privada de David Duchovny. 

El paso entre Final Fantasy VII y Final Fantasy VIII en mi caso fue enorme. Para el lanzamiento de la siguiente entrega empezaba a dar mis primeros pasos en la prensa del videojuego. Y aunque sí lo jugué de una manera llena de entusiasmo, sobre todo porque el concepto estudiantil pegaba muy fuerte en aquel tiempo, lo cierto es que tener que trabajar en una guía completa desarrollada con sudor y muchas lágrimas, empañó un poco el recuerdo que se me quedó de aquella experiencia.

La decepción de Final Fantasy IX, que no me causó ningún tipo de interés, llevó todavía más a elevar la pasión y el buen sabor de boca que había dejado la historia de Cloud y compañía. Por ello y por muchas otras razones, se convirtió en uno de esos juegos que se mantenían impasibles como uno de los mejores títulos de la historia. Eso hacía que el remake fuera muy esperado y, desde que lo probé por primera vez en el Tokyo Game Show de 2019, que no pudiera quitármelo de la cabeza.